Opiniones escuchadas, oídas, leídas en los
últimos meses, días, horas, dan cuenta de una editorialización que impregna la
vida cotidiana como una especie de emanación mediúmnica mediante la cual los ciudadanos forman algo
parecido a sus representaciones del mundo real. Quizá sea el secreto más
preciado que esconde el oficio periodístico, que recobra bríos que
permanecieron en estado de latencia para “pasar al frente” en su pelea por los
difuminados espacios de poder; membranas que rodean al núcleo para excluirlo.
Hay ruidos, demasiados, y aturden. Esos aturdimientos favorecen un clima en
donde lo espectacular es un valor en sí, preciado y sobrevaluado. El retorno de
aquello que nuca se fue, el predominio de lo televisivo que entiende la
política como un espectáculo, y es entonces que a esos sets de potentes
luminarias y refrigeraciones que perecen no descansar nunca, acuden políticos,
encuestadores, sociólogos- encuestadores, opinólogos, políticos casi en
retirada, otros retirados hace tiempo, y también momias políticas. Estamos, o
nunca nos fuimos, en la era del Homo
Videns, esa relevancia de la
mercadotecnia moderna, las extensiones gráficas de la videopolítica constituida en paradigma de la política
contemporánea. La televisión como el principal medio de comunicación entre el
ciudadano y el político. Un subproducto del imperio del marketing que indica
qué mide y qué no socialmente. El pueblo soberano opinando acerca de todo, con
el control remoto en la mano, un ojo puesto en la computadora, celular (android),
tablet o el dispositivo con que cuente. Un ciudadano orwelliano, observador y
observado, informado y editorializado minuto a minuto. ¿Y la prensa gráfica?
Corre detrás del avance de la técnica, de las conectividades, de internet, del
poder de llegar a millones. Trata de adecuarse para ir reemplazando
plataformas. Titulares bien gancheros y copetes seductores para estar
“informados” rápidamente; cuerpos de notas excesivamente jibarizados. Un
periodismo subsidiario de Neustadt y los 90 que , como decíamos ayer nomás,
entiende la política como espectáculo que hay que vender porque de lo contrario
no se come, en el plano del chiquitaje, ni se sostienen, en un plano global,
las grandes corporaciones que condicionan la microfísica del poder en quantum
paradojal cada vez más concentrado.
Y sólo nos estamos refiriendo aquí a aquellos
ciudadanos que medianamente se informan. El panorama en el universo de
compatriotas excluidos de un menú variado de opciones informativas, complejiza
la situación de orfandad ante el poder de distorsión y desinformación.
Allí tal vez resida esa originaria imbricación
entre la política y el periodismo como batalla ideológica constante y de
variaciones que hacen posible pasar de un estado discreto a otro
espectacularizado, sin perder su potencia
de sistema físico y político. Allí, en esa enredadera que se enamora de
los muros y que enamora a través de ellos,
la política es expuesta en su dimensión de luz y oscuridad, de
representación y corporativismo. Algo un poco más complejo: La política, cuando
su sujeto es el Estado, tiene fenómenos de participación y de representación
que nada tienen que ver con el purismo y que dejan siempre afuera a alguien.
Dice el periodista Martín Rodríguez: El periodismo que basa su éxito de modo
exclusivo en exponer las miserias de la política, atenta contra la sociedad
civil, a la cual dice defender. Bien, el problema es que ese es el periodismo
que impera, esa constelación rara que combina lucha ideológica, rosca política,
mucho dinero en pocas manos, lo que equivale a decir mucho poder en unidades
mínimas de comunicación que de tan mínimas se unen. Esto quiere decir también
estructuras comunicacionales que se arman y desarman según cómo soplen los
vientos de los ciclos políticos y el conteo de los votos en un truco de
resultado incierto. Conglomerados informativos que dependen mucho de esa
partida. Los clarines pueden tocar diana nuevamente, o pueden volver a ser
amigables y en ese retruécano de idas y venidas ya algunos jugadores hacen sus
apuestas. Porque se sabe desde hace más de un siglo: El periodismo es
independiente sólo del mismo periodismo. No tengo ideales de romancero burgués
con respecto a la empresa comunicacional. Es una cuestión de cómo cae la taba.
Sí creo en personas que ejercen el oficio con coherencia, dignidad y
profesionalismo atravesando los tiempos políticos. Lo demás abarca el dilema de
los productos culturales o creativos, llamados industria cultural, integrados
al universo global del capitalismo que alitera identidades y subjetividades:
"el ruido con que rueda la ronca tempestad".
Este es el desafío frente a la sumisión de la
razón y la expresión creativa humana a los cánones de la producción capitalista
en serie de, justamente, productos culturales homologados, globalizados y
consumibles en cualquier punto del planeta. Releía aquello de "la razón ha
devenido en razón técnica e instrumental y con ello nos hemos convertido en
seres unidimensionales", consumibles, líquidos, intercambiables bajo la
lógica del consumismo capitalista que globalizó la técnica como la nueva razón
del ser. ¿Habrá triunfado la racionalidad de la técnica, del cálculo, de la
razón que vigila y controla, que reduce la realidad a materia controlable y
consumible? ¿Habrá triunfado la razón telemática que supone que la realidad,
sus hechos sociales, pueden ser estudiados si son cuantificables, medibles
empíricamente? ¿Y cómo pensar estas nociones, desde el concepto de industrias
culturales expresado en la gestión del kirchnerismo? ¿Un conjunto de productos
con "valor agregado" que sirvan de conductores para el conocimiento
del país y desde allí las posibilidades de expansión economicista, o
perspectivas de "negocios"? Es preciso navegar estos mares aunque
sabemos que los dioses, reunidos en asamblea, decidieron que Odiseo debía
volver a Ítaca para advertir a Telémaco que expulsase de su casa a los molestos
pretendientes de su madre.
Y entre tanto, en el fragor de reyertas,
escaramuzas y batallas culturales, ideológicas, periodísticas, los límites de
las prácticas reales del oficio se empantanan en esa voz que es el ruido con
que rueda la ronca tempestad. Quedan los debates para cuando la estrategia y la
oportunidad así lo permitan. Dar dos pasos hacia atrás para luego avanzar uno.
En el camino vemos cómo las instalaciones hacen de zonda que rastrea el humor
social, ese humor tan emparentado con el sentido común – siempre me gustó esa
voz popular que dice: el peor de los sentidos -, ese que esconde bajo la
alfombra el leviatán que llevamos dentro, ese que aconseja hacerse amigo del
juez, ese que odia porque teme, teme demasiado, casi hasta el extremo de la
muerte. Odio y temor son las puntas de un lazo que los aparatos
comunicacionales unen y amplifican.
Errores de comunicación, omisiones que se convierten
en goles en contra, negaciones de realidades que de tanto negarlas estallan en
el rostro amigo, en la bandera que se sostiene a pesar de las incomodidades, de
las filtraciones, lo resbaladizo de la humedad y el peligro de una niebla que
intervino organismos que dejaron de mirar para cuidar.
Están ahí, una vez más, los riesgos de la
justicia mediática, esa idea difícil de definir, esa idea que es un hecho por
el que espera una imagen construida desde los medios. Esos hechos que indican
que a todos nos espera una imagen ya construida. Hechos, datos duros,
realidades que se transforman en una imposibilidad de abordajes. Y la lista es entonces una sábana corta pero
que se ensancha: Inseguridad, minería, pueblos originarios, manejo de la deuda
y disputas con buitres sin fondo, violencias sociales, despenalización del
aborto, reforma tributaria, desconcentración económica, trabajo no registrado y
trabajo en negro, expansión de la frontera sojera; esa designación militar que
introduce una herida en la historia de los Derechos Humanos, globos lanzados al
cielo del temor y el disciplinamiento social sobre jóvenes excluidos; una
Universidad de Defensa que se cocina entre intrigas palaciegas. Debates que
debemos dar como militantes y como periodistas, observando el clima político y
social circulante, que es un clima de permanente campaña electoral hacia 2015.
Ya hemos dicho que no hay purismo en la
política, que el clima cultural pone de manifiesto luces y sombras, que saca a
la política de la cocina y la exhibe. Incluso a riesgo de espectacularizarla
para derrapar en un circo televisivo que minuto a minuto construye su discurso
antipolítico y lo esparce a través del más eficaz vector: el sentido común.
No sólo se trata de pragmatismo sino de
sostener aquellas banderas levantadas en el 2003. De lo contrario se estará
realizando el trabajo que a la derecha le resulta bien fácil de aprovechar y
administrar porque opera desde ese vector que inocula miedo e incertidumbre (ya
contamos los goles hechos en contra), desde imágenes y discursos ya
preconcebidos, o desde la "transferencia de memoria" a nivel global.
El kirchnerismo deberá enfrentar estos debates
o de lo contrario una imagen que desde hace tiempo espera, cooptará la potencia
de una expresión política transformadora para ordenar la tropa dentro del
histórico corsé pejotista para desensillar hasta que aclaré. O no.
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